Es así... o todo al revés. Lo mismo.

En esta ocasión les traigo un caso para que me ayuden a analizar. Yo ya hice mi lectura al respecto, que va a ser la que voy a desarrollar a continuación. Pero, llego a un punto en que las experiencias me limitan para poder seguir dándole un eje al asunto en cuestión.

La problemática del “mal hueso” es la que a grandes rasgos nos reúne frente a la pantalla. La indignación es lo que nos mueve a seguir hablando y escribiendo. Por lo general, tomamos casos de gente que pasa de hueso en hueso sin dar pie con bola. Gente que ha nacido para el huesaje y no baja los brazos por más malas experiencias que acumule en su haber. Aunque tanto hueso, tarde o temprano deriva en unas ganas de algún día encontrar “la luz de nuestros ojos” o “el cuchurrumín de nuestras vidas” para los más cursis y para los ya curtidos “alguien con quien almorzar los domingos al mediodía”.

Pero… ¿qué hay de las personas que salen al mundo de los huesos después de una larga relación? Me explico mejor: la frase “quiero lo que no tengo y cuando lo tengo quiero otra cosa” se aplica al caso (o como dirían nuestros coordinadores de Bariloche: “culo veo, culo quiero” ¿?¿?¿?¿). No me refiero a un capricho, sino al simple hecho 100% comprobable en la vida de que cuando, yendo a un caso básico, tenemos rulos queremos pelo lacio y las que tienen pelo lacio quieren rulos. Es ley, desde la literatura decimonónica que se trata el mismo problema: “la rutina nos ahoga en un mar de cotidianidad que nos mece en su oleaje de sopor y embole”. (Flaubert dixit)
*Después de varios años de relación, nuestro sujeto de estudio en cuestión dice cual empleado de Casino encargado de la ruleta: “No va más”. Y al mismo tiempo que esto sucede y que los planetas se alinean a esta nueva sentencia, en un plano paralelo, pero casi simultáneo, ocurre lo siguiente: ella es abordada por un joven muy apuesto en el subte (¿el chico habrá tenido en cuenta la agenda del buen hueso? Nunca olviden: cualquier lugar es bueno para conseguir algo para roer) que opina algo sobre su lectura. Se ve que alguna de las dos cosas (o su comentario o su “capacidad de partirse al medio”) fue muy efectiva porque el contacto se da como para seguirlo en una cita más pautada. (También vale aclarar que es muy genial que se nos pongan a hablar de lo que leemos y mucho mejor si ese que nos habla se nos presenta apetecible, después, no importa que nos diga que su hobby primordial es catar quesos… nos va a sonar tremendamente sensual igual!).

Ella, no muy ávida del mundo huesístico y todavía en el umbral de esta relación, acepta la cita vespertina que propone él para un sábado mega-cultural. Pero piensa que tal vez no suceda nada: o es un paparulo, o es interesante pero solo seremos amigos o es gay. Todas estas posibilidades el subterráneo nos puede brindar. A lo que todos pensamos (mi alma y yo)… Vamos! ¿¿Qué clase de chico te invita a una salida (está bien, era a la tarde… daba como para contemplar alguna posibilidad de no-concreción) para luego no hacer nada al respecto?? Lo bueno era eso: si no pasaba nada, iba a estar todo bien, si pasaba algo: nadie se iba a negar. Es como el mejor estado. Empezar a conocer a alguien y estar en ese estado de incertidumbre no-enfermiza que dan ganas de… de… de todo.

Todo se está desarrollando paralelamente a mi escritura de este post. Lo que hace del tiempo una problemática irresoluble. Pero más específicamente hablando de este caso empírico: creo que no importa para esta lectura que hago si el muchacho termina siendo un hueso que ayuda a distraer del proceso de terminar de una relación más larga y, por ende, traumática, o si termina siendo su segundo marido de aquí a la eternidad. Lo que me importa (y es esto mismo que no puedo lograr cerrar porque lo que se dice “relación larga” no tuve) es cuán genial es esa sensación de conocer a alguien que está en el mismo canal que uno. Esos primeros momentos de total indefinición, cuando todavía no se puede saber si va a llegar a ser ni siquiera “hueso” propiamente dicho (en este caso, puesto en escala y en carrera a que se convierta en marfil, usando la gran metáfora de Manjula). ¿Cómo se hará para mantener esa energía “adolescente”? ¿Pesa más la relación que todavía no se termina? ¿O apostar a algo totalmente en el aire? ¿Ustedes qué dicen?

Seguimos apoyando al hueso con todo… ¿no?